Tres puentes entre el psicoanálisis y las neurociencias

Publicado el 28 de octubre de 2024, 13:18

Tres puentes entre el psicoanálisis y las neurociencias

Sara Bromberg

 

Para mi sorpresa, una línea de trabajo muy fuerte en las neurociencias es la rama de los afectos, y como psicoanalistas, todos los días trabajamos con ellos. Con eso quisiera empezar este trabajo. Mientras escribía, percibía mis propios prejuicios a las neurociencias: frías, distantes y lejanas. Aun así, encontré trabajos de psicoanalistas, que también son neurocientíficos, y tomando los regalos de ambas disciplinas, intentan ser mejores clínicos y lograr un entendimiento más profundo de su subjetividad y la de sus pacientes.

Entonces sí, hay puntos de desencuentro que no se pueden reconciliar, pero existen puentes que se están construyendo y otros que se están desenterrando porque llevan estando ahí siempre. Asimismo, tengo que reconocer que escribir este texto es un intento de búsqueda de respuestas para mí, que como Freud (y seguramente muchos de ustedes) tengo dudas y me gustaría pensar en dónde está parado el psicoanálisis con los avances actuales, e identificar propuestas que se pueden integrar al trabajo analítico, y claro, sopesar las que no.

El neuropsicoanálisis es la interdisciplina que estudia las neurociencias y su relación con el psicoanálisis. Aunque formalmente se utiliza este término desde 1999, su conexión es mucho más antigua, y se podría decir que inicia con el trabajo de Sigmund Freud, que no se puede olvidar: también era neurólogo y neurocientífico (Solms y Turnbull, 2014).

Freud, considerando las limitaciones tecnológicas y científicas de su época, buscaba identificar las estructuras y funciones de la mente, y naturalmente estas estaban relacionadas a las estructuras y funciones cerebrales. La separación inició siendo una decisión pragmática, pero el padre del psicoanálisis confiaba que en el futuro se emprendería el camino y ambas partes se encontrarían, por lo menos en algunos puntos (Solms y Turnbull, 2014).

Habiendo dicho eso, decidí separar el trabajo en tres secciones y resumirlas, aunque reconozco que podría hacerse una investigación de cada una con todo el material que hay. Considero que la infancia temprana, lo inconsciente y los sueños son fundamentales para el psicoanálisis y de igual forma se han estudiado en las neurociencias, así que iremos caminando los puentes que las acercan.

 

Infancia temprana y vínculos

“Cuando miro se me ve, y por lo tanto existo”

 (Winnicott, 1993, p. 183)

 

Sabemos que, para el psicoanálisis, la infancia es uno de sus pilares y que los vínculos también lo son, tanto que nuestro trabajo se hace a través de uno. Aunque por mucho tiempo no fueron prioridad neurocientífica, ahora se sabe que el afecto y los vínculos son clave para la salud mental del niño y su desarrollo posterior.

Un punto de encuentro entre ambas disciplinas es la firme idea de que los primeros años son cruciales, y si las cosas no van “suficientemente bien”, será difícil el crecimiento subsiguiente. Otra similitud es que el desarrollo es visto como el conjunto entre el organismo que está en proceso de maduración y el entorno que lo rodea, es decir, y en palabras de Freud: existen las series complementarias. Para las neurociencias, la experiencia moldea el sistema nervioso y puede determinar que ciertos genes se expresen o no (Gerhardt, 2015). A pesar de que diversos autores estudian el desarrollo, en este trabajo se relacionarán los avances neurocientíficos con conceptos de Donald Winnicott.

Los cuidados y la estimulación: sostener, tocar, hablar, mirar y abrazar a un bebé física y emocionalmente fomentarán la creación de conexiones neuronales que serán la base de su desarrollo cerebral, así como de su personalidad, relaciones objetales, fortaleza yoica, capacidad adaptativa y más. La repetición de olores, texturas, sonidos y sensaciones, y sobre todo los intercambios relacionales y afectivos, dan lugar a patrones preverbales e inconscientes, y estos dan pie a la sensación de existencia y seguridad básica (Gerhardt, 2015; Schore, 2003).

El sistema límbico[1], o cerebro emocional, se encuentra en el hemisferio derecho, es inconsciente y no verbal, y es responsable de la regulación emocional y procesamiento principalmente somático y afectivo de las emociones. Tiene su mayor crecimiento los primeros dieciocho meses y es dominante por los primeros tres a cinco años. La autoimagen, huellas mnémicas, imagos y memorias infantiles se encuentran ahí. Es decir: la parte racional y evolutivamente madura del cerebro, donde se encuentran las funciones de lenguaje, pensamiento, juicio y capacidad de simbolización, no pueden funcionar por sí mismas, forzosamente necesitan al cerebro emocional (Schore, 2003). De muchas formas el psicoanálisis ha explicado esto planteando etapas del desarrollo y la importancia de lo afectivo en el trabajo en el consultorio.

El cerebro emocional se desarrolla esencialmente en el contexto de un vínculo, en otras palabras, la organización psíquica y cerebral se da a través de la relación entre el infante y su cuidador primario[2]. Como dice Winnicott (1993), es imposible separar al bebé de su madre, y para su desarrollo emocional es necesario tomar en cuenta el ambiente. Se requiere que ella se identifique y surja lo que Winnicott (1979) llamó “preocupación maternal primaria”, en la que ella desarrolla una mayor sensibilidad y percibe las necesidades de su hijo, lo que le permite responder y entrar en sintonía con él.

Los cuidados y la manipulación física, handling para Winnicott (1987), regulan el cuerpo y los ritmos fisiológicos del niño. Se construye un lenguaje a través del contacto físico, los gestos, el tono de voz y el juego. Así, el cuerpo de la madre regula la temperatura, estrés, tensión muscular, presión arterial y pulso de su hijo. La constancia y predictibilidad de estas acciones refuerzan el vínculo y en ambos se liberan oxitocina, endorfinas y dopamina, neurotransmisores que generan una sensación de cercanía, bienestar y placer (Gerhardt, 2015; Schore, 2003). 

Durante sus primeros meses, el bebé está aprendiendo a regular sus niveles de excitación. El cuidador responsivo o suficientemente bueno le ayuda a descargar la tensión y lo contiene, para que después él pueda solo. A través de sus funciones de holding y handling, el cuidador primario logra que el niño pase del displacer y la tensión, al placer y la calma (Gerhardt, 2015; Schore, 2003).

Una hipo-activación o híper-activación del sistema nervioso tiene diferentes consecuencias. Como todavía no hay lenguaje ni capacidad de simbolización, las experiencias que rebasan el umbral quedan grabadas en la amígdala y ganglios basales y se manifiestan en forma de reacciones afectivas y somáticas, especialmente de miedo y agresión. De la misma manera intervienen en el desarrollo del hipocampo, perjudicando los procesos de aprendizaje y memoria (Gerhardt, 2015).

La comunicación en la díada madre-hijo consiste en señales involuntarias de sistema nervioso a sistema nervioso, o de inconsciente a inconsciente. El rostro de la madre es el canal principal, y siguiendo a Winnicott (1993), esta le devuelve al bebé su propio self y lo hace sentir vivo. En estas interacciones de ida y vuelta, que varían en timing, duración e intensidad, hay una sincronización entre sus estados afectivos. A lo anterior se relaciona el concepto de sostén o holding, en el que la madre contiene al infante y promueve su integración, poco a poco y siguiendo su ritmo, permitiéndole que sienta y transite angustias naturales de la vida (Winnicott,1987).

El cuidado suficientemente bueno presenta rupturas o momentos en los que no se regula o contiene al bebé, aun así, lo importante es la reparación oportuna. La experiencia de afecto positivo tras una dificultad hace que el niño logre tolerar la frustración. Los intercambios placenteros y las reparaciones construyen la corteza orbitofrontal, así fortaleciendo su capacidad de vincularse, adaptarse y regularse, negociando y satisfaciendo las demandas del mundo interno y del mundo externo (Schore, 2003).

Hablarle al niño e ir nombrando lo que siente y lo que sucede, promoverá la conexión de los hemisferios y ayudará a que este simbolice y apalabre lo que previamente eran sensaciones y afectos, conectando el hemisferio derecho con el izquierdo y las partes profundas y primitivas del sistema límbico con el área madura de la corteza, así como pasando de un funcionamiento principalmente regido por el principio del placer y proceso primario a uno regido por el principio de realidad y proceso secundario de pensamiento (Gerhardt, 2015).

En resumen, el bebé necesita una madre humana y suficientemente buena que sea predecible, confiable y que lo sostenga física y emocionalmente, que claro que se va a equivocar, pero puede reparar y: ¿acaso no sucede algo parecido en el trabajo analítico y las funciones del analista?

 

Inconsciente

“La conciencia, en su forma elemental, es afecto puro y es una función sorprendentemente simple”[3]

(Solms, 2021, p.4)

 

Mark Solms, psicoanalista y neuropsicólogo sudafricano, además de ser presidente del comité de investigación de la Asociación internacional de psicoanálisis (IPA), se ha dedicado a investigar y difundir sus hallazgos sobre la consciencia y la relación entre el psicoanálisis y las neurociencias. A continuación, y siguiendo su línea de trabajo, se tomará de punto de partida la importancia de los afectos y se explicarán los tipos de memoria, el mecanismo de represión y el funcionamiento inconsciente tejiendo conceptos de los dos campos.

En las neurociencias, se puede estudiar y dividir la función de memoria de varias maneras. El psicoanálisis trabaja con lo inconsciente, que incluye la memoria a largo plazo y en otra categorización, la memoria implícita o no declarativa. La consciencia se asocia a la memoria declarativa o explícita y a la memoria a corto plazo, que a su vez incluye la memoria de trabajo, de capacidad limitada, previamente preconsciente y es lo que activamente se recuerda (Solms y Turnbull, 2003).

La memoria tiene funciones de supervivencia ya que le ayuda al sujeto a aprender de la experiencia y a adaptarse al entorno. Los circuitos neuronales, que a través de experiencias repetidas se reactivan, se fortalecen y los que no, se desechan. Estas conexiones sinápticas que sobreviven los procesos de desecho y a las que no se tiene acceso consciente, porque están reprimidas e inconscientes, perduran y crean un tipo de mapa en el que todas las memorias posteriores se organizan. A pesar de que no se recuerdan conscientemente, los residuos mnémicos se pueden activar e influyen en la experiencia y vida del sujeto (Solms y Turnbull, 2003).

El hemisferio derecho, dominante en la infancia, almacena las memorias implícitas-procedimentales (inconscientes) y estas abarcan las reacciones afectivas, modos de vinculación y hábitos. También almacena la memoria autobiográfica o episódica, cargada de afecto y la que brinda las bases de la identidad. Con el desarrollo del lenguaje y la maduración de un pensamiento más racional, se podría decir regido por el proceso secundario, se pasa a un dominio del hemisferio izquierdo (Solms y Turnbull, 2003).

Inicialmente, el bebé genera memorias procedimentales, que son corporales y motoras, ubicadas en estructuras primitivas, profundas y resistentes al olvido. Posteriormente comienza a producir memorias semánticas, compuestas de la información objetiva que aprende sobre el mundo, algo así como una enciclopedia y sistema de creencias. Estas requieren de la corteza cerebral, que no acaba de desarrollarse hasta la adolescencia (Solms y Turnbull, 2003).

La memoria autobiográfica o episódica es subjetiva e implica poner en palabras y re-experimentar afectivamente un evento pasado o una memoria procedimental. Para volverse explícita, se necesita que haya una conexión entre la experiencia del mundo interno con la del mundo externo, con huellas mnémicas y afectos. Sintiendo todo esto la representación se puede volver consciente (Solms y Turnbull, 2003).

La memoria autobiográfica requiere excitación del tallo cerebral y también de la corteza para representar lo que estaba reprimido, anteriormente ubicado en estructuras cerebrales más antiguas como la amígdala y los ganglios basales. El hipocampo y el sistema límbico funcionan como conexión entre todas estas regiones y esto más que de memoria habla de la importancia de la emoción. Las memorias no son solo almacenadas, sino sobre todo sentidas (Solms y Turnbull, 2003).

Un aspecto importante de la memoria es la fase de consolidación, en la que las memorias que fueron almacenadas son procesadas y “guardadas” en niveles más profundos y permanentes. Es imposible codificar y almacenar todo lo que una persona vive durante el día, así que la mente también se deshace de mucho, distinguiendo entre el olvido pasivo y activo, o represión.  Los procesos de represión se pueden asociar a la maduración del lóbulo frontal y a los procesos de codificación y recuperación de memorias realizados por corteza (Solms y Turnbull, 2003).

Solamente si el sistema autobiográfico codifica la memoria es posible recordarlo explícitamente, dando así una comprensión narrativa e integrando la historia personal. Las vivencias traumáticas, que rebasan cierto umbral de estrés, alteran el funcionamiento del hipocampo y generan una liberación excesiva de cortisol, necesaria para la supervivencia, pero generadora de daño neuronal. Esto podría dar una explicación a la represión de memorias traumáticas: el hipocampo no funciona bien entonces no se pueden recordar explícitamente, pero dejan una gran huella (Solms y Turnbull, 2003).

Una hipótesis a la amnesia infantil podría ser que el hipocampo tarda en madurar, lo que hace que una persona no genere memorias autobiográficas durante la primera infancia. Un bebé recuerda en el cuerpo (memorias procedimentales) y más adelante con creencias del mundo (memorias semánticas). La represión podría explicarse como un bloqueo entre hemisferios. Las memorias que se encuentran en el hemisferio izquierdo y por ende tienen acceso al lenguaje son recordadas, mientras que las otras son almacenadas como memorias sumamente cargadas de afecto, pero inconscientes (Solms y Turnbull, 2003).

Como se puede ver, sí existen estructuras cerebrales que se pueden asociar a funcionamientos conscientes o inconscientes, así como un proceso madurativo cerebral que sustenta las etapas de desarrollo explicadas por Freud y sus seguidores.

 

Sueños

“Los sueños son las alucinaciones que todos experimentamos”[4]

(Solms y Turnbull, 2002, p. 181)

 

Cuando comenzó a estudiar los sueños, Freud planteó que los sueños son un cumplimiento de deseo, así como la vía regia al inconsciente. Durante el sueño, la censura baja, por lo que el contenido inconsciente es más accesible (Solms, 2021).

Laplanche y Pontalis (1996, p. 87) explican que “Freud logra demostrar la validez universal de esta afirmación y comprobarla en todos los casos que aparentemente la desmentían”, como en los sueños de angustia, sueños punitivos y también síntomas y fantasías. Con el concepto de compulsión a la repetición, se entiende que el sueño es el resultado de un conflicto y un compromiso.

Existen dos hallazgos que se han encontrado con estudios funcionales del cerebro y se relacionan al entendimiento analítico de los sueños. Las regiones cerebrales y los neurotransmisores activos en los procesos del soñar son los mismos que se activan en las alucinaciones y son las sustancias que se asocian a la experiencia de placer y conducta motivada, por ejemplo, se liberan los mismos compuestos con las drogas (hipertrofiadas en las adicciones) y durante las relaciones sexuales (Solms y Turnbull, 2002).

La dopamina es el neurotransmisor generador de placer por excelencia y se ha encontrado que es el neuroquímico más activo durante la actividad de soñar. Las vías dopaminérgicas igualmente se conocen como sistema de recompensa, sistema de deseos o sistema de curiosidad, y son las áreas cerebrales responsables de las conductas de exploración y satisfacción de necesidades (Solms, 2021).

Al mismo tiempo, la corteza prefrontal, responsable de la inhibición o represión, está completamente apagada. Aunque los lóbulos frontales están en reposo, y recordando que ahí se da el pensamiento consciente, hay activación en los lóbulos parietales, temporales y occipitales, generando así imágenes, sonidos y sensaciones, parecidas a una alucinación y fantasía (Solms, 2021; Solms y Turnbull, 2002).

Otro argumento que señala la relación de los sueños con la dopamina es el efecto de los antipsicóticos, fármacos que bloquean los receptores y circuitos dopaminérgicos, y además de disminuir alucinaciones y delirios, tienen efectos en la actividad de soñar, y viceversa, la estimulación farmacológica de esta área aumenta la frecuencia, duración e intensidad de los sueños (Solms, 2021).

           Este es solo un ejemplo de cómo se puede relacionar el planteamiento de los sueños como realización de deseos con el neurotransmisor responsable del placer, además de que reafirma que estos circuitos vienen de áreas cerebrales más profundas (el tallo cerebral) hacia la corteza, conectando lo inconsciente con lo consciente.

 

Es claro que el psicoanálisis y el método clínico difieren del método científico. Lo que el análisis prioriza es la experiencia subjetiva, que es transitoria y cambiante. La vida psíquica no se puede medir, calificar u ordenar. Aun así, los avances tecnológicos, así como la evolución de las neurociencias, que ahora ya toman en cuenta los afectos y los vínculos, además de los aspectos cognitivos y fisiológicos, trastocan necesariamente fundamentos psicoanalíticos.

Pienso que se podría tomar en cuenta el funcionamiento de estructuras cerebrales y neurotransmisores para orientar el trabajo analítico, entendiendo cómo las distintas experiencias o patologías afectan el funcionamiento mental. Tener una postura abierta al diálogo con otros profesionales solo puede enriquecer nuestro trabajo y así beneficiar a los analizandos.

Comprender, por ejemplo, los efectos del estrés y del trauma en el cerebro y cómo alteran el desarrollo de la memoria, nos recuerda la importancia de trabajar con las sensaciones corporales y con los afectos, además del discurso más racional. Haciendo eso promovemos la integración de la experiencia en múltiples niveles. Las interacciones de ida y vuelta, que como vimos construyen la mente, podrían equipararse con lo que hacemos en una sesión de análisis, además de enfatizar lo valioso que es reparar las fallas de sincronización en la díada analítica.

Se podría profundizar en otros caminos que por tiempo y espacio no exploré: las pulsiones; principio del placer y principio de realidad; proceso primario y secundario; desarrollo de relaciones objetales; modelo estructural y también transferencia-contratransferencia, relacionado a conceptos neurocientíficos como la función de las neuronas espejo y el desarrollo del lenguaje. Habrá que hacerlo después.

Así que sí: el psicoanálisis informa a las neurociencias y viceversa; tomar lo que los avances en ambas disciplinas ofrecen, probar hipótesis y formular nuevas preguntas nos hace evolucionar. Todo esto nos ayudará y seguramente seguiremos construyendo más puentes.

 

[1] Al final del trabajo se encuentra una tabla que organiza los conceptos psicoanalíticos y su relación con la clasificación neuropsicológica.

[2] Se utilizará la palabra “madre” para referirse al cuidador primario que ejerza la función de madre.

[3] La traducción es mía

[4] La traducción es mía

 

 

Referencias

Gerhardt, S. (2015). Why Love Matters. How affection shapes a baby’s brain (2a ed.). Routledge.

Laplanche, J. y Pontalis, J. B. (bajo la dirección de Lagache, D.) (1996). Diccionario de psicoanálisis. Paidós.

Schore, A. (2003). The human unconscious: the development of the right brain and its role in early emotional life. En V. Green (Ed.), Emotional development in Psychoanalysis, Attachment Theory and Neuroscience (pp. 23–53). Brunner- Routledge.

Solms, M., y Turnbull, O. (2002). Dreams and Hallucinations. En The brain and the inner world. An introduction to the neuroscience of subjective experience (pp. 181–217). Other Press.

Solms, M., y Turnbull, O. (2003). Memory, amnesia and intuition: a neuro-psychoanalytic perspective. En V. Green (Ed.), Emotional development in Psychoanalysis, Attachment Theory and Neuroscience (pp. 53–83). Brunner- Routledge.

Solms, M., y Turnbull, O. (2014). What is Neuropsychoanalysis? Neuropsychoanalysis: An Interdisciplinary Journal for Psychoanalysis and the Neurosciences, 13(2), 133–145.

Solms, M. (2021). The Hidden Spring. Profile Books Ltd.

Winnicott, D. W. (1979). Preocupación maternal primaria. En Escritos de psicoanálisis y pediatría (pp. 397–405). Paidós.

Winnicott, D. W. (1987). Babies and Their Mothers. Perseus Publishing.

Winnicott, D. W. (1993). Papel de espejo de la madre y la familia en el desarrollo del niño. En Realidad y juego (pp. 179–188). Gedisa.

 


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